Estamos llenos de prejuicios gastronómicos. Nos parece raro que en países asiáticos coman insectos. Aquí comemos caracoles ¿Os habéis parado a pensar en el aspecto de una gamba? De los percebes. De una nécora.
Si baja un extraterrestre a la tierra y le dices que te vas a comer la coliflor que estás cociendo flipa en colores.
Pero entiendo que es tan difícil conseguir meditar, dejar la mente totalmente en blanco, como abstraerse de la parte del cuerpo animal o vegetal que estás masticando y luego ingiriendo. Si consigues esto último (lo de meditar ya son palabras mayores) te recomiendo que vayas a La Tasquería de Javi Estévez. Y si no te consigues abstraer, pásate también.
Porque si hay una cosa de la gastronomía española, en cuanto a casquería se refiere, es la poca sutileza de los platos. Un aspecto un tanto tosco que sabiendo lo que es, teniendo recelos, está claro que no te lo vas a comer. Precisamente es la palabra sutil la que define los platos de La Tasquería. Son elegantes y bonitos, entran absolutamente por los ojos. Es casi imposible adivinar lo que te estás comiendo (si no lo has probado antes, por supuesto)
Pero no sólo es sutil en la estética también lo es en los sabores. Como casi siempre que vamos a un restaurante amigo nos dejamos llevar por Javi Estévez. Y esta fue su elección:
Tarro de #Perdiz #Manzana #Oloroso. Así describe los platos en su carta. Con una almohadilla. Directo. Esquemático. Sencillo. Se trata de un paté presentado en un tarrito que se cierra herméticamente con tostaditas. Una manera genial de introducción, sin avasallar. Sobre todo, para los que vayan con miedo. El paté delicioso, tenía una mezcla agridulce aportada por la manzana que te invitaba a cerrar el tarro, llevártelo a tu casa, comprarte una barra de pan, untarla y… a merendar.
Una de las partes del cerdo que más me gusta no es el jamón. Inaudito. Pero prefiero el morro. Fue la única cosa que le dije a Javi que quería probar sí o sí. No voy a mentir que me quedé chafada cuando me dijo que no era frito ni crujiente. Pero me vine arriba en cuanto probé el pedazo de plato: #morro #langostino #brotes. Es lo más parecido a un salpicón de marisco con un morro tierno que no le puede ir mejor (para mi increíble) esa especie de escabeche. Los cítricos lo suben por las nubes. Cómo veis me chupé los dedos…
El siguiente plato viene presentado en una teja. De tejado. Tal cual. Es un taco de #lengua #yogur #menta. Tengo una debilidad con los cítricos, el cilantro, la menta… Ese frescor me vuelve loca. Este plato cumplía todos los requisitos para que me encantara. Y me encantó. Insisto, si te dicen que es ternera y no especifican qué parte de ella aplaudes al cocinero. Lo mejor de todo. Es que es lengua de cordero. Toda una sorpresa para mí.
Pero como en todas las historias de amor llega un capítulo negro. De tragedia. Especifiqué que hay un sabor que no soporto, el del hígado y vísceras similares. Pero también apunté que si había algo que tuviera que probar sí o sí que lo sirviera. No se puede luchar contra natura y yo no pude con este plato: #riñones #meunire #avellanas. Cierto es que a mis compañeros de mesa sí les gustó pero el sabor del riñón es tan tan tan fuerte que me dio un poquito de repelús.
Y de aquí, otra vez para arriba. Qué rico los #rabitos #anguila #queso (Idiazábal) Un contraste maravilloso entre una de las partes más gelatinosas del cerdo (no tanto como las manitas) y el crujiente exterior. Rellenos de queso, imaginaos el subidón. Sin ser para nada empalagoso ni saturante. Lo acompañamos con una cerveza Mustache blanca de trigo. Qué buena opción.
Cierto, no hemos hablado de los vinos. Nos decantamos por la cerveza artesana esta vez. Y fue un acierto. La Mustache negra marinera acompañando el taco de lengua indispensable.
Para concluir el único plato no apto para tiquismiquis ni sensibles. Un plato que impresiona. Difícil abstraerse. Cabeza de #cochinillo. Presentada entera (de ahí la impresión) Acompañada de una rica ensalada para desengrasar. El punto de cocción exacto. Frita, sin ser nada grasienta. Con una piel crujiente y una carne que se deshacía. No pudimos con su interior, eso sí. Estábamos muy llenos con el festival que nos habíamos metido para el cuerpo.
Pero siempre hay que hacer un hueco para el postre. Compartido, por supuesto. Un bizcocho de #chocolate #cereza #cardamomo. La peculiaridad del bizcocho es que estaba elaborado sin harina (no sé más datos) pero no lo parecía, la verdad. Le iba muy bien el helado de cereza para contrastar. Además de cardamomo yo noté jengibre, quizá me equivoque pero no lo pregunté.
Me quedé con ganas de probar los callos, uno de los platos castizos y poco sutiles que más me gustan. Así que tendremos que volver…